Lunes, 01 Julio 2024
Runo Lagomarsino. Sin titulo Fotografia  46 x 70 cm Edicion 5 + 2 AP

Runo Lagomarsino @ Ignacio Liprandi

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Para cada luz una sombra
Runo Lagomarsino

Del Jueves 26 de Septiembre al 22 de Noviembre 2013

Ignacio Liprandi Arte Contemporáneo
Av de Mayo 1480

Historias de robo, sentimentalismo y espectros.
El primer consejo, entre benévolo y amenazador, que se da a menudo al emigrado: el de olvidar completamente el pasado, ya que no puede transportarlo consigo, y de hacer una cruz sobre él y comenzar sin más una nueva vida, quisiera infligir autoritariamente al intruso, percibido como ser espectral, lo que él mismo ha aprendido ya desde hace tiempo a hacerse a sí mismo. (1)

No es cierto que el pasado no se pueda transportar con uno mismo. En todo caso lo que no se puede es volver al origen. Y sólo por el simple hecho de que uno ha decidido desplazarse o porque, en su contrario involuntario, haya tenido que hacerlo debido a alguna fuerza llamémosla, "fantasmagórica".

Ya sentado y comiéndose un huevo, pensó que el colectivo, en cambio, tomaría su rumbo de siempre para volver al origen como un eterno retorno. Viajaba por una ciudad iluminada por luces amarillas, aquellas que podrían haber dado una luz clandestina a Diamela Eltit, lumpeneando de noche por las calles de Santiago o Buenos Aires. Aunque era solo una verdadera ilusión mantenerlas amarillas, cada vez las veía más frías y nacionales: eran blancas y azules. Le pareció que la responsabilidad ecológica era un slogan publicitario que no viajaba ni recorría las geografías que nunca progresan ya sea en el norte o en el sur. Patente y claro se veía desde la ventana del colectivo en el cual se encontraba, esa noche helada.

No había caso, se había convertido en una persona nostálgica y con poca paciencia. Los años le habían cambiado el carácter, a veces se encontraba atrapado entre la intolerancia (característica que se lo atribuía a la insomnia), la distopía que lo sumergía (esto más bien se lo atribuía al clima) y el desencanto que era algo más general. Pero a pesar de estas mutaciones, que él inteligentemente advertía, la melancolía persistía en su cuerpo y en los objetos que atesoraba, aún, sin que los entendiera más que como las armas materiales de su historia. Si en la calle, él reconocía modernidad, un estigma civilizatorio colonialista, de progreso y distinción frente al bárbaro, era porque en el fondo lo detestaba. Algo que no le impedía, ni evitaba, un tipo de sentimentalismo anarquista que se volvería una práctica de acción directa cada vez que el hombre robara un foquito de luz del museo. Sus actos y pequeños gestos se volvían heroicos en ese contexto.

Sin embargo, cada vez que llevaba a los niños al museo, pensaba si realmente tenía sentido ver los residuos de las vanguardias, atrapados en un anacronismo institucional, desplazado, ahí en esa ciudad boreal. No tenía una respuesta certera, sobretodo porque muchos le gustaban, tanto que hasta imaginó robarse un bronce, El rapto y un cuadrito pequeño, uno de los tajos, del Museo de Bellas Artes, ambos de Lucio Fontana, para regalárselos a una compañera que le interesaban esos elementos de la belleza, la verdad y la superficie que trae el gesto justiciero de perforar una tela, una pintura.

No volvería sobre eso, porque si bien ya había conseguido robarse unos tubos de luz, a modo de prueba, los espectros resurgirían y nada le podía asegurar que esa historia terminara ahí. Pero en su fantasía el oro del sur brillaba e iluminaba sus pasos, le quitaba ese estado abúlico, anestésico, asocial. No solo eso, lo llevaba a inventar. A tramar cómo sería regresar nuevamente al sur.

Teresa Riccardi

(1) Max Horkheimer y Theodor Adorno, Dialéctica de la Ilustración, (trad. J.J. Sánchez), Madrid, Trotta, 1994, p. 258

 

Ignacio Liprandi Arte Contemporáneo
Av de Mayo 1480
43810679
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www.ignacioliprandi.com
L a V de 11 a 20 Hs.
Sábados con cita previa

 

 

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